El mito, igual que el pensamiento racional, da cuenta del origen y el por qué de las cosas, del orden del universo y del lugar que se da a cada cosa en ese orden.
1. ANTES DE PLATÓN.
El mito, igual que el pensamiento racional, da cuenta del origen y el por qué de las cosas, del orden del universo y del lugar que se da a cada cosa en ese orden.
El orden mítico de lo masculino y lo femenino quedó instaurado con Hesiodo y su mito de Prometeo donde Zeus, tras el robo del fuego por Prometeo castiga a los hombres enviándoles “un mal con el que todos se alegren de corazón acariciando con cariño su desgracia”. Así, Zeus crea a la primera mujer (modelando de barro una figura con imagen de doncella). Ella introdujo todos los males que azotan al hombre: los padecimientos, dura fatiga, las penosas enfermedades que acarrean la muerte.
Pandora, la primera mujer, tenía cualidades dadas por diferentes diosas y dioses. Atenea le enseñó a tejer. Afrodita le infunde una irresistible sensualidad. Hermes pone en ella una mente cínica y un carácter voluble. Cualidades domésticas, eróticas y de carácter que van a ser prototípicas de lo femenino en el mundo clásico y en general en nuestra cultura.
Hesiodo expresó claramente la trascendencia social de matrimonio y su papel como garante del linaje masculino. La mujer y el matrimonio son un destino ineludible para el hombre, la mujer es un mal inevitable, pues el que no se case en la vejez estará solo sin que nadie lo cuide y su linaje se habrá interrumpido. Sólo Zeus se libra de la dura ley a la que están sometidos los hombres. El matrimonio con mujer es un destino nefasto para el hombre, pero necesario para el orden social, aunque la mujer no deje de ser una fuente de tormento, pues es un ser inútil como inútiles son los zánganos en las colmenas. Su avidez sexual es inagotable, es una trampa profunda y sin salida, es un vientre insaciable tanto en la alimentación como en la sexualidad.
Estas palabras deben entenderse en el contexto del momento. En Grecia se estaba dando el paso hacia la agricultura sedentaria con gran crecimiento demográfico y falta de tierras. La mujer ya no era como con Homero un signo de prestigio para el héroe, la esposa y madre que marido e hijos deben amar, sino una boca que alimentar, un vientre insaciable también en la sexualidad. Su misma función procreadora se vuelve peligrosa ante el crecimiento demográfico. Una de las recomendaciones de Hesiodo era no tener sino un hijo. Sin embargo, en la época clásica, con una situación social muy diferente, la inutilidad seguirá siendo considerada como una característica de las mujeres.
De todas formas, el mito muestra que la aparición de la estirpe de las mujeres introduce una ruptura en un universo perfecto de hombres y dioses.
Esta estirpe va a constituir un linaje diferente y aparte del género humano (constituido por el linaje de los hombres descendientes de los dioses). El linaje de las mujeres no es propiamente el humano, queda en un espacio aparte entre las bestias y el género humano. La mujer es afín a la techné, el artificio, el rango ontológico más bajo y precario para los griegos: la raza maldita de las mujeres, distinta de lo masculino y de lo genérico humano. De esta manera lo genérico humano se solapa con lo masculino, que se entenderá como neutro y en cuyo seno se especificará lo femenino que quedará del lado de lo diferente, de lo otro distinto. Será lo no pensado, lo que no exige lenguaje propio siquiera para el cuerpo.
Las mujeres son el suplemento añadido a un grupo social que antes era perfecto, feliz. Pero, por otro lado, el orden genealógico masculino y su continuidad legítima procederá a través de las mujeres; por tanto, las necesita. El vientre femenino es el lugar donde se depositará el germen masculino que engendra lo semejante: el hijo varón continuador del linaje paterno. Por ello debe ser honesta y recatada para asegurar que los hijos varones se parecerán a su padre garantizando, de este modo, el orden legitimador de la genealogía humana. En caso contrario aparecerá el desorden y el caos.
En el mito la mujer es amenaza de desorden y deslegitimación; puede romper la cadena de lo semejante (padre-hijo) asociada a la prosperidad, el bienestar, la justicia. Puede introducir todos los males en el orden masculino que sería perfecto si la mujer no fuese imprescindible. Por ello la mujer es un mal necesario.
En el mito de Pandora se encuentran las parejas de opuestos que estructuraron el pensamiento occidental. Oposiciones que estarán presentes en la filosofía y la ciencia griega.
Según Aristóteles los pitagóricos relacionaron lo masculino con la derecha, lo bueno, la luz y lo femenino con la izquierda, lo malo, la oscuridad. Pero, además, la derecha tenía que ver con el calor y la izquierda con el frío. También Parménides asoció a las mujeres con la izquierda, entendiendo que los fetos son masculino o femeninos dependiendo del lugar que ocupan en el útero: los femeninos el izquierdo, los masculinos el derecho. Sin embargo, Parménides, en oposición a los pitagóricos, mantuvo que la mujer era más caliente que el hombre. La prueba era su menstruación al identificarse la sangre con el calor: las mujeres tienen más sangre ya que pueden perderla. Empédocles sostuvo lo contrario: puesto que las mujeres pierden sangre, deben tener menos y ser más frías que los hombres. Que el hombre fuese de naturaleza más caliente explicaba por qué era más moreno, velludo y poderosos. La frialdad daba cuenta de los rasgos femeninos opuestos. Las asociaciones masculino- calor- bueno; femenino-frío-malo van a estar presentes hasta muy tarde en la filosofía y la ciencia griegas.
Las parejas de opuestos que encontramos en la filosofía ya no implican la separación de hombres y mujeres en dos géneros humanos diferentes, como sucederá en el mito. Domina la idea de un solo género humano en cuyo seno se pensaba la diferencia sexual. Hombres y mujeres compartían naturaleza, aunque eran diferentes, con relaciones y funciones sociales muy distintas. Las mujeres dejaron de ser una estirpe aparte y maldita para convertirse en seres humanos, aunque defectuosos.
2. PLATÓN.
En el pensamiento de Platón encontramos la idea de un único género humano en el que se diferencia lo femenino, por especificaciones de grado, sobre el trasfondo de la perfección masculina. En el Timeo explica que el hombre fue creado primero; la mujer fue el vástago de aquellos hombres que fueron cobardes o llevaron mala vida. Era, por tanto, el símbolo de la degeneración de la especie humana. Las mujeres venían al mundo por una especie de mutación degenerativa: las almas de los varones cobardes se encarnaban después de la muerte en mujeres. Las mujeres eran, así, hombres disminuidos, degenerados. Platón anticipó así la idea de que la procreación debe pensarse como un gesto técnico que lleva consigo un principio masculino a cuya semejanza todo nace.
A pesar de que Platón no dudaba de la inferioridad femenina, su voz fue una de las más favorables a las mujeres de toda la antigüedad. En el marco de la ciudad ideal de La República, y en relación a la casta de los guardianes, se ocupó positivamente de las mujeres, del lugar y funciones que podían desarrollar en la ciudad. En la ciudad ideal las mujeres formaban parte del grupo principal de los guardianes y recibían la misma educación que los hombres (también la educación física). Estaban eximidas de cualquier tarea que no fuese la de guardar la ciudad, hacían su vida fuera del hogar como sus compañeros, e incluso se entrenaban desnudas. La propiedad privada desaparecía, había comunidad de bienes y comunidad de mueres, los hijos eran propiedad de todos. Ningún guardián tendrá nada que le pertenezca como propio, incluidas las mujeres que serán compartidas.
Este planteamiento no significaba que las mujeres no fuesen inferiores, aunque esta inferioridad era sólo cuantitativa. Las facultades humanas, según Platón, eran comunes a hombres y mujeres, aunque existían diferencias de grado. Las mujeres podían desempeñar ciertas funciones tradicionalmente atribuidas a los hombres siempre que se las educase para ello. Pero estaba claro que los hombres siempre hacían mejor cualquier cosa recomendada a las mujeres, a excepción de las tareas domésticas.
En todo caso, la imagen de las mujeres que propuso Platón en su ciudad ideal era absolutamente opuesta a la situación de las mujeres en la ciudad real. Su concepción fue original. Sin embargo, lo que hace Platón es otorgar confianza a las virtudes guerreras de la mujer guardiana, al dotarla de cualidades etológicas: las mujeres fueron anteriormente hombres cobardes que no podrían acceder al mundo de la guerra y el coraje viril por definición, sino por analogía con los animales, a saber, por los niveles más bajos de la escala taxonómica. Por tanto, no hace falta decir que cuando se trata de saber y poder, cuando es cuestión de filósofos encargados de gobernar la ciudad, los interlocutores del diálogo no mencionaran para nada a las mujeres. Lo que interesa a Platón para su utopía es sustraer a los niños del dominio de las madres y nodrizas, responsables de la mala educación de los ciudadanos. Eso es lo que el filósofo enseña a la ciudad para el buen uso de su mitad femenina.
En su proyecto de ciudad ideal las mujeres no tienen otra función que la tradicional, exclusivamente doméstica, y no les permite desarrollar actividad pública alguna.
3. DESPUÉS DE PLATÓN.
En la ciencia antigua la conceptualización de lo femenino y lo masculino siguió el modelo de un solo género humano con una naturaleza común. En este modelo, las diferencias entre hombres y mujeres expresaban una jerarquía sexual de grado que se instituía social y culturalmente y se consagraba metafísicamente.
Aristóteles fue quien formuló en todo su alcance la idea de un único modelo de lo humano según un telos de perfección masculina, en cuyo seno aparecía la inclusión lógica de la diferencia sexual: todo género debe incluir los dos sexos como condición necesaria de reproducción. El género humano está constituido por una sola forma masculina y una materia prima, substrato básico común del que lo femenino se especifica como una versión imperfecta.
Las diferencias entre hombres y mujeres, en lo fisiológico, en la reproducción, en sus funciones sociales, no constituyen una diferencia esencial. La diferencia entre los sexos no es según la forma, sino que tiene que ver con la materia compartida, de la que lo femenino supone una variación menor. La mujer era un hombre defectuoso.
Para Aristóteles la hembra es como un macho deforme. Los órganos femeninos son similares a los masculinos, a excepción de que la mujer tiene matriz-útero. Hay cierta asimilación del útero, al escroto masculino, “compuesto de dos partes, como también los testículos son dos en todos los machos”. Aristóteles tiende a considerar el cuello del útero y la vagina como un pene interno cuando habla del camino que sigue el semen en la mujer: “ellas tienen un conducto uterino que corresponde al órgano sexual de los hombres pero que se encuentra dentro del cuerpo”. Son estructuras similares, pero internas.
Las mujeres son defectuosas, débiles, incompletas, menos musculosas, su carne más blanda, sus rodillas más juntas, su voz más débil. El cuerpo femenino débil e indefenso, está inacabado como el de un niño, carece de semen, como el cuerpo de un hombre estéril, y se constituye más lentamente en la matriz, pero envejece más rápidamente.
La razón de estas deficiencias es la falta en la mujer de un principio fundamental presente en el hombre: el calor vital. Esta carencia da cuenta de por qué las mujeres son una versión defectuosa de los hombres. Las hembras, dice Aristóteles, son más frías y hay que juzgar esto como un defecto. Esta frialdad explica por qué las mujeres no tienen semen, sino menstruación. La falta de calor vital entraña una debilidad del metabolismo de la cocción que falla en transformar la sangre en semen. Ambos fluidos, menstruo y semen, son de naturaleza común, ambos se generan de la sangre, pero es la menor o mayor cocción de la sangre la que hace que en uno sea semen y en la otra no llegue a serlo. Gracias a su calor vital el macho es capaz de transformar la sangre en esperma; la hembra se caracteriza por su impotencia para llevar a cabo esta transformación.
En el esperma, que no es mero fluido fisiológico, encontramos alma, forma y principio del movimiento. En la hembra no hay nada similar; el menstruo es meramente alimenticio, material.
La esencia de la generación está, pues, en el hombre. O lo que es lo mismo, en la generación de lo humano sólo hay un genitor, el padre. La mujer está allí, pero solo para suministrar la materia, la sangre de la menstruación, soporte alimenticio y físico de un proceso que depende esencialmente del macho. Las hembras son recipientes pasivos; el macho aporta la forma, el alma. Ser varón significaba transmitir el alma sensitiva, sin la cual no existe ni la cara, ni los ojos, ni nada; sin el alma, el cuerpo es un cadáver. El padre encarna y transmite el modelo de la especie.
El varón principio del alma, principio del movimiento, principio de la forma, ahí está la auténtica diferencia, Si el padre es el genitor es porque posee en su esperma esa triple potencia activa, poiética. Al poseer el principio de la forma no engendra seres libres de desarrollarse en cualquier sentido, sino seres semejantes a los padres (varones). Lo masculino engendra lo masculino, transmite la identidad humana.
Si el varón, y sólo él, es el principio de la generación, el nacimiento de una hembra se explica por defecto; la mujer es un resultado deficitario. El padre da forma a un producto imperfecto: la hija. Nacida hembra a causa de una suerte de impotencia de su padre, se caracteriza a su vez por la impotencia y se explica por la debilitación de la fuerza demiurgica y la energía creadora en el varón que la engendró. Éste da forma a un ser de segunda clase “que en lugar de ser su vivo retrato es el signo de su astenia, de la vacilación de su potencia. La pequeñez y la flaccidez del cuerpo mutilado de una hija encarna la carencia del suyo en el momento del coito”.
Aristóteles dice que aquel que no se parece a su padre es ya en algún sentido un monstruo, pues en este caso la naturaleza se ha alejado del tipo genérico (genos humano) en cierto grado. El primer alejamiento es el nacimiento de una hembra en lugar de un macho. Por eso, para Aristóteles la mujer es un ser inferior y un esclavo más allá de toda consideración. Una casi subespecie de ser humano junto con los esclavos. De ahí, su inferioridad, su incapacidad política, de ciudadanía, su imposibilidad ética y legal, incluso de administración de sus propios bienes, y, en consecuencia, su relegación al espacio doméstico, donde reina sobre esclavos y niños. Se le niega la palabra, ya que su más alta condecoración es el silencio. De ahí, su incapacidad de aprender, dada su debilidad e inmadurez racional y su dudosa y limitada capacidad de acceso a la felicidad. Por eso, el hombre es fuerte, la mujer débil; ella es precavida, él valeroso; uno sale a adquirir posesiones, la otra permanece en casa para guardarlas. La división sexual del trabajo y la asignación de roles específicos según la esfera privada y la pública quedan así, fundamentadas. La integración de lo femenino en la esfera de lo mismo no desemboca en la igualdad, sino en la inferioridad, en la evaluación de las carencias y defectos femeninos que se muestran sobre el fondo de la perfección masculina.
(Gómez Rodríguez. Amparo. “La estirpe maldita”. Minerva Ediciones. Madrid. 2004)