Más allá de la visión de la historia de Marx, conviene atender a lo específico del análisis marxista. Este no es otro que el estudio del modo de producción capitalista o del sistema económico capitalista. Como no tenemos intención de hacer un resumen de El Capital, y como tampoco hay espacio para introducirnos en todas las categorías del análisis marxista, nos centraremos en unos cuantos conceptos clave […] Estos conceptos clave son los de clase, explotación, ganancia y competencia.
Uno de los grandes méritos de Marx es haber descubierto que, aunque la explotación es una constante en todos los modos de producción de la historia, en el modo de producción capitalista la explotación aparece oculta detrás de la superficie de las relaciones de intercambio. Es decir, a diferencia de un sistema como el feudal, donde los señores requisaban a través de diferentes mecanismos una parte de lo que los campesinos habían producido, en el capitalismo aparentemente solo tenemos contratos jurídicos voluntarios que se realizan entre partes en apariencia iguales. Así, hay que desvelar la explotación explorando la verdadera naturaleza que se esconde tras esos contratos jurídicos voluntarios. Veamos a qué nos referimos.
El único motivo por el que un capitalista quiere seguir siendo un capitalista es que le resulta rentable, esto es, que gana dinero con ello. Si un capitalista no ganara dinero, o incluso si lo perdiera, no tendría incentivos para seguir siendo capitalista. Así pues, la única razón de ser del capital es la ganancia, que en el modo de producción capitalista se obtiene de forma regular a través de un proceso de producción en el que participan trabajadores y medios de producción. Eso es así porque el capitalismo es un sistema de clases en el que una parte de la población, los capitalistas, tiene medios de producción, y otra parte de la población, los trabajadores, carece de ellos, los trabajadores solo tienen su fuerza de trabajo y la ofrecen en el mercado a los capitalistas, quienes la necesitan para los procesos de producción. Esta es la división, meramente analítica, que establece Marx para comprender la lógica del sistema capitalista. No es cierto que los contratos jurídicos de compraventa de la fuerza de trabajo se den entre iguales, pues la fuerza de la necesidad es diferente para capitalistas y trabajadores. Los capitalistas pueden sobrevivir mucho más tiempo sin los trabajadores o incluso pueden contratar a otros. Sin embargo, los trabajadores están obligados a entrar en el juego para subsistir.
El proceso de producción se inicia cuando el capitalista, con una inversión inicial en dinero, adquiere tanto medios de producción como fuerza de trabajo. Al combinar ambos, la materia prima original se convierte en productos finales que se han de vender en el mercado. El total del dinero resultante de la venta debe ser mayor que el que había al principio, y en términos monetarios esa diferencia es la ganancia, beneficio o excedente. Como veremos a continuación, cualquier fallo en ese proceso puede desencadenar una crisis, bien en el seno de la empresa, bien a nivel global en la economía.
Desde un punto de vista marxista, la explotación existe porque el producto total, el valor monetario de lo que se ha producido al final del proceso, se divide en tres partes cuyo reparto depende de la lucha de clases. Por un lado, una parte se emplea en reponer los materiales usados y en compensar los costos de depreciación (el desgaste de las máquinas). Por otro lado, otra parte se dedica a pagar los salarios de los trabajadores. Y, finalmente, una tercera parte es la ganancia. Pero ¿quién ha creado esta ganancia? Los medios de producción no han podido ser, ya que son meras máquinas que a su vez han sido construidas, en procesos anteriores, por el ser humano. Así, necesariamente esa ganancia ha de provenir del trabajo, es decir, del tiempo que los trabajadores han dedicado a crear un valor por el que no van a recibir nada. Esta es, grosso modo, la esencia de la explotación.
Ahora bien, para que un capitalista siga siendo capitalista ha de reinvertir esa ganancia para iniciar un nuevo ciclo de producción que le permita obtener una nueva ganancia.
Y así sucesivamente. Ese proceso es el que se conoce como acumulación de capital, porque se reinvierte al menos una parte de lo producido para iniciar un nuevo proceso de producción. En términos globales, eso supone que la sociedad mejora su capacidad productiva, ya que esa reinversión se traslada a mejoras en las fuerzas de producción. He aquí lo que Marx llamaba “reproducción ampliada del capital” y que se encuentra detrás de su visión del desarrollo continuado de las fuerzas productivas, al menos bajo el capitalismo.
Pero, por otra parte, ¿qué empuja al capitalista a reinvertir una parte de su ganancia y no, por ejemplo, quedársela toda él para su ocio? La explicación la da la competencia. Dado que el capitalista no está solo, sino que compite contra otros capitalistas, debe tener en cuenta que, si esos otros capitalistas sí reinvierten una parte de su ganancia en mejorar su capacidad productiva, es posible que al inicio del segundo ciclo sus competidores puedan ofrecer mejores productos o mejores precios y, en consecuencia, le acaben expulsando del mercado. Esa presión de la competencia es la que hace que los propios capitalistas, incluso en contra de su voluntad, reinviertan sus ganancias en la mejora de las fuerzas productivas. El sistema obliga a todos los capitalistas a comportarse como maximizadores de ganancia a menos que quieran desaparecer del mercado y, en consecuencia, dejar de ser capitalistas. Esa es la misma fuerza que presiona a todos los capitalistas individuales a querer reducir el salario de sus trabajadores, pues ello les permitirá tener mejores precios en sus productos de venta.
Con todo esto, Marx adelanta tres hipótesis que considera leyes del capitalismo, aunque en su contexto debemos entenderlas como tendencias. La primera de ellas es la concentración y centralización que implica la acumulación del capital. Esto significa que, en opinión de Marx y como consecuencia de la misma lógica de la acumulación del capital, las empresas se harán cada vez más grandes y cada vez habrá menos empresas. La competencia destruye a los capitalistas más débiles y además el desarrollo del sistema de crédito permite que ese proceso sea aún más veloz. La segunda es la tendencia del capital a crear y mantener un ejército industrial de reserva, es decir, una parte de la población siempre desempleada. De un lado, la reinversión de beneficios crea puestos de trabajo, pero también produce su sustitución por máquinas; el efecto neto depende de cómo estos dos procesos se interrelacionan. Si la creación de puestos de trabajo es mayor, entonces el desempleo se reduce. Al reducirse el desempleo, suben los salarios y eso mismo es un incentivo para que los capitalistas sustituyan mano de obra por máquinas, lo que de nuevo empuja al alza el desempleo.
La tercera es la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, que forma la columna vertebral de la principal teoría marxista de la crisis. Según Marx, los capitalistas mecanizan el proceso productivo para no fortalecer a los trabajadores, en la lógica de impedir que puedan elevar sus salarios. Además, los capitalistas bajan los salarios para poder competir mejor contra otros capitalistas. Gracias a ambos procesos los costes por unidad de producto se hacen menores. Pero ese mismo proceso socava las mismas fuentes de la ganancia, que tenderá a bajar y, por lo tanto, desincentivará la reinversión y provocará crisis.
En definitiva, según Marx, el capitalismo es un sistema clasista en el que entran en colisión dos clases sociales fundamentales, los capitalistas y los trabajadores. Sus intereses son antagónicos: mientras los capitalistas buscan maximizar su ganancia privada, los trabajadores buscan maximizar sus salarios. Aun así, se trata de una relación de explotación en la que los capitalistas se apropian parte del producto creado por los trabajadores. Desde el punto de vista colectivo, los capitalistas mueven las ruedas del capitalismo mediante la acumulación del capital. Pero esas ruedas no tienen como objetivo ningún principio concreto, simplemente la maximización del valor per se. Eso significa que los capitalistas ganan para ganar más. Por el camino se producen fenómenos de destrucción de empresas, de incremento de la competencia entre actores económicos, de despidos y reestructuraciones industriales, y un sinfín de efectos traumáticos para la sociedad. Pero, según Marx, el saldo es positivo en tanto que se incrementan las capacidades productivas de la sociedad, ya que la acumulación de capital permite mejorar los medios de producción y la tecnología aplicada, lo que incrementa la productividad y, sintéticamente, hace posible producir más cosas en menos tiempo. Sin embargo, también según Marx, ese proceso encuentra obstáculos internos que le son inherentes: la tasa de ganancia se reduce a medida que aumenta la mecanización de las empresas y ello provoca que cada vez le resulte menos rentable a los capitalistas reinvertir sus ganancias. El capitalismo entra en crisis, lo que permite deshacerse de muchas empresas no rentables y proporciona nuevos mercados a las que sobreviven con lo que se inicia otro ciclo del crecimiento.
En ninguna parte se encuentra en Marx tal cosa como una crisis definitiva del capitalismo. Es verdad que se presupone que, de acuerdo con la teoría del materialismo histórico, las fuerzas de producción alcanzarán un nivel a partir del cual no podrán desarrollarse más, pero no es Marx precisamente quien pretende ponerle fecha ni forma concreta a ese momento. Por el contrario, Marx subraya constantemente la capacidad de recuperación del propio capitalismo. Al mismo tiempo, no considera sus leyes como inmutables, sino que insiste en su carácter tendencial y recuerda que existen medidas que pueden contrarrestarlas.
No obstante, de la tradición marxista no se deriva una única teoría de la crisis, sino varias. Las resumiremos muy brevemente con el objetivo de aprender a diferenciarlas. Ahora bien, una teoría de la crisis es al mismo tiempo una teoría de la reproducción capitalista. Si tenemos presente que el capitalismo es un sistema caótico en el que millones de personas toman decisiones, bien como trabajadores, bien como capitalistas, sin coordinarse en ningún otro sitio que no sea el mercado, como dice el economista Anwar Shaikh (1945), “la pregunta verdaderamente difícil de contestar respecto a esta sociedad no es por qué llega a desintegrarse, sino por qué continúa operando”. Por eso conviene que distingamos entre las teorías de las crisis en general, incluyendo las de otras escuelas, y para ellos nos basaremos en la clasificación del propio Shaikh.
En primer lugar, están las teorías que consideran que el capitalismo es un sistema que puede reproducirse a sí mismo de forma automática. Esta es la posición liberal, ciertamente popularizada. De acuerdo con esta visión, las crisis, cuando suceden, tienen causas exógenas al capitalismo. Por ejemplo, serían producto de catástrofes de la naturaleza, como una sequía o un terremoto, o de la intervención negativa de los gobernantes o del Estado en general. En cualquier caso, en ausencia de estos shocks externos, el capitalismo podría reproducirse incesantemente.
En segundo lugar, están las teorías que consideran que el capitalismo puede reproducirse a sí mismo, pero lo hace de forma errática y poco eficiente, por lo que queda justificada la intervención estatal para llevarlo por el buen camino. Esto sería así porque quienes toman las decisiones son personas que se dejan llevar por impulsos y expectativas que no son enteramente racionales, y porque en el capitalismo no existe ningún dispositivo que decida el nivel de inversión necesario para conseguir pleno empleo. Aquí, por ejemplo, podríamos situar el conjunto de la tradición keynesiana o socialdemócrata en su acepción actual, que considera que el libre mercado tiene fallos que deben corregirse a través de la política pública. Sin embargo, se asume que el capitalismo puede reproducirse a sí mismo, aunque de esta forma particular.
En tercer lugar, están las teorías que plantean que el capitalismo es incapaz de reproducirse por sí mismo y que necesita fuentes externas de demanda para poder hacerlo. Aquí se sitúan una parte importante de las teorías marxistas, y no marxistas, del subconsumo. Por ejemplo, se considera que el capitalismo reduce los niveles salariales hasta tal punto que restringe la capacidad de venta de los capitalistas. Entonces los capitalistas no pueden vender y por lo tanto no producen más, lo que lleva a la crisis. El capitalismo se estanca. Según estas teorías, para salir de ese estancamiento el capitalismo requiere de fuentes de demanda externa, es decir, mercados en el extranjero- como la actividad imperialista- o la especulación financiera. Autores heterodoxos como J. A. Hobson (1858-1940), R. Hilferding (1877-1941), V. Lenin (1870-1924), R. Luxemburgo (1871-1919) o P. Sweezy (1910-2004) han interpretado el capitalismo a partir de estas ideas.
En cuarto y último lugar, están las teorías marxistas ortodoxas según las cuales el capitalismo es capaz de autoexpandirse, pero en esa autoexpansión emergen las contradicciones internas que lo llevarán a la crisis. Por decirlo claramente: los límites del capitalismo son inherentes a él.
Como vemos, y aunque no nos hemos detenido en el detalle, las crisis del capitalismo han sido explicadas desde muy diferentes perspectivas. Ese mismo hecho pone de relieve, de nuevo, el carácter de la ciencia social y también el de la tradición marxista. Las diferentes corrientes del marxismo siempre han mantenido una pugna por ver qué interpretación es la más correcta, y según uno va profundizando encuentra que, en realidad, nunca hay dos teorías de la crisis iguales ni dentro de la misma corriente. La utilización de los datos, además, construidos a partir de indicadores que nunca pueden ser precisos en economía, agrava aún más el problema. En cualquier caso, y aunque la comparación entre teorías sea compleja, estas arrojan importante información sobre las posibilidades de futuro del capitalismo. En particular, sugieren que las crisis son cíclicas y que nadie debería pensar que un sistema histórico como el capitalismo ha venido para quedarse para siempre. Al contrario, el capitalismo está, por definición, condenado a muerte. La fecha y hora del entierro dependerán de factores que combinan la propia lógica del sistema y las actividades políticas de las clases sociales.
Aunque también puede ser que el planeta y la vida en él sean enterrados antes de que podamos clamar la victoria sobre el capitalismo.
(Alberto Garzón. Por qué soy comunista. Editorial Península. Barcelona. 2017)