Como en el caso de Platón, entresacamos algunas de las propuestas aristotélicas para el buen funcionamiento del Estado que seguirían gozando de suma vigencia:
1) Conviene que el Estado se ocupe de suministrar una educación homogénea e igualitaria a los ciudadanos.
Al respecto cabe destacar que tanto la Piscología como la Sociología contemporáneas hacen hincapié respectivamente en el hecho de que el desarrollo adecuado de la mente y los valores es producto de una apropiada educación- socialización de todos los miembros de la ciudadanía. En este sentido, organismos internacionales como la ONU aconsejan a los países en vías de desarrollo invertir en “educación” y en “Investigación y Desarrollo”, como única vía para alcanzar el “Estado de bienestar”.
2) Conviene que dentro del Estado la distribución de las funciones sea adecuada.
Aristóteles sostiene que el éxito de una sociedad justa se debe en parte a que se dé en cada cual lo que verdaderamente merece. Ho denominamos “meritocracia” al poder del mérito. El cumplimiento de esta recomendación es muy desigual en las sociedades contemporáneas, en muchas de las cuales prevalecen el favoritismo, el nepotismo y el enchufismo. El convencimiento de Aristóteles es, sin embargo, que sólo es justo aquel Estado en el que la distribución de funciones atiende al mérito, es decir, es justa.
3) Conviene que el Estado se cuide de que el número de ciudadanos sea el adecuado, ni demasiado elevado ni demasiado bajo.
Los urbanistas contemporáneos se dedican a calcular cuál sería en la actualidad el número de habitantes de una ciudad ideal: en torno a cuento cincuenta mil es una de las cifras propuestas. Cifras concretas aparte, lo cierto es que los problemas y conflictos de las grandes urbes se duplican comparados con los de las más pequeñas: contaminación, violencia, inseguridad, etc.
4) El Estado debe preocuparse del bienestar material y espiritual, de la felicidad en suma, de los ciudadanos.
Cuestiones de justicia aparte, cuando ello no ocurre aumenta el desarraigo y proliferan los grupos violentos que, como destaca la “sociología del conflicto”, pueden poner incluso en peligro el “Estado de ciudadanía”.
5) Resulta sumamente conveniente que en el Estado gobiernen las personas de mayor edad.
Se trata de una recomendación en estrecha consonancia con la ética platónica, pues la gente mayor, al ser necesariamente más experimentada, suele encarnar las principales virtudes, tanto las morales como las racionales. Las sociedades occidentales contemporáneas no parecen, sin embargo, seguir a Aristóteles en este punto: la juventud es un valor y la vejez una molestia; el anciano más que un pozo de sabiduría es hoy un pensionista que consume y no produce ya, es decir, “carne de residencia”.