Platón parte de una idea fundamental que dio origen a la reflexión filosófica y que constituye un elemento común en toda la historia del pensamiento: la desconfianza ante la realidad que se nos presenta dentro de los límites impuestos por los sentidos (nuestro sistema perceptivo no puede captar muchos de los fenómenos que conocemos), por el lenguaje (en el que resulta tan costoso expresar nuestras experiencias y nuestras ideas) y por el contexto en que vivimos (que impone formas de pensar y entender el mundo y las relaciones humanas). Platón sospecha que la verdadera realidad se halla en otro lugar, desplazada; que solo es visible con el esfuerzo de una mirada intelectual sobre las cosas naturales y humanas.
En su esfuerzo por comprender, por descubrir la verdad, platón teoriza y distingue entre dos mundos: el mundo de las cosas sensibles, que cambia continuamente y percibimos a través de los sentidos, y el mundo de las Ideas, que es permanente y puede ser conocido por el entendimiento, con “los ojos del alma”. La experiencia de un mundo cambiante, sometido al tiempo, como había expresado Heráclito, debió de crear dificultades en Platón, pues una realidad que fluye sin cesar no puede ser conocida. El conocimiento verdadero ha de referirse a un mundo permanente, no sometido al cambio, independiente de las cosas sensibles y que sea accesible por alguna vía distinta a la de los sentidos. La necesidad de hallar respuesta al enigma del conocimiento llevó a Platón a concebir su teoría de las Ideas.
La teoría de las Ideas de Platón recibió la influencia de algunos de los filósofos que le precedieron. De Pitágoras tomó la idea de que el principio de la naturaleza debía ser racional, como sucedía con los números. Heráclito y Parménides le dieron la clave para definir los dos mundos contrapuestos de su teoría: la naturaleza, en constante devenir, y el ser eterno e inmóvil, el mundo de las Ideas. Sócrates fue su maestro en muy diversos sentidos: le mostró el diálogo como vía de conocimiento; le descubrió que la justicia de la polis era una pura convención, una apariencia de la que había que desprenderse, para encontrar el bien y la justicia entre las ideas innatas, verdaderas y reales, ejercitando la razón. El camino que conduce al conocimiento de las Ideas no es sencillo: supone un penoso ascenso desde la opinión hasta el saber, de la penumbra a la luz.
1.De la penumbra a la luz
En un famoso pasaje de la República que conocemos como la alegoría de la caverna, Platón nos aproxima a lo que considera característico de la “condición humana”, en relación con el conocimiento y la realidad.
Supongamos- Sócrates habla con su discípulo Glaucón- una caverna en la que habitan desde la infancia unos prisioneros encadenados, con la mirada fija hacia el fondo, en el que se proyectan “sombras” de objetos y figuras que caminan sobre un muro situado detrás de ellos e iluminados por un fuego. Nunca han visto otra cosa en su vida, de modo que creerán que las sombras que ven sus ojos y el eco que resuena es todo lo que existe. Esta es la condición humana: estamos encerrados en los límites de los sentidos, del lenguaje, de la educación y de la costumbre.
Imaginemos ahora que uno de estos prisioneros es puesto en libertad por sus guardianes; podrá observar la situación y comprender el origen de las sombras. Si, conducido por el “camino escarpado” que se halla tras las figuras, es sacado a la luz del sol, sabrá de la existencia de un mundo exterior a la caverna. Al principio, la luminosidad cegará sus ojos y no podrá ver nada; pero, poco a poco, irá reconociendo primero las sombras de los objetos-parecidas a las de la caverna-, luego sus reflejos en el agua y más tarde los objetos “en sí”; finalmente, acostumbrado a la luz, podrá mirar directamente al sol. Pasado un tiempo llegará a entender que el sol “crea las estaciones y los años”, que “lo gobierna todo en el mundo visible” y que “es la causa de todo lo que se veía en la caverna”.
Este es el ascenso dialéctico del conocimiento, que permite al ser humano comprender cuál era su situación anterior- prisionero de la ignorancia- y cómo se ha elevado gradualmente hacia el mundo inteligible, donde se encuentran las Ideas, también en una disposición jerárquica: las Ideas de seres concretos (árbol, flor), los elementos materiales ( fuego, agua), el hombre, los números, las formas morales ( justo, bello, bueno), las Ideas universales (semejanza, igualdad, reposo) y, por último, la Idea de Bien, identificada con el sol, como acabamos de ver, y con el ser uno de Parménides. El bien es lo adecuado y se identifica con el verdadero ser de las cosas. De ahí que la moralidad vaya estrechamente ligada al conocimiento.
Una vez el antiguo prisionero hubiera conocido la realidad del mundo de las Ideas, querría volver junto a sus compañeros para enseñarles sus conocimientos (voluntad pedagógica del filósofo, el descenso dialéctico), para sacarles del error que les induce a creer que las sombras son reales. Aquellos, sin embargo, al no comprender sus palabras, se reirían de él, le tomarían por loco e incluso le querría matar (destino del filósofo, en memoria del propio Sócrates).
El filósofo es aquí el pensador libre, que conoce con su racionalidad cómo son las cosas y cómo están relacionadas, y se propone combatir la estupidez propia de la ignorancia, liberar a los humanos de la opresión que implica el desconocimiento. En el Banquete escribió: “Igual sucede con los ignorantes; ninguno de ellos filosofa, ni desea hacerse sabio, porque la ignorancia produce precisamente el pésimo efecto de persuadir a los que no son bellos, ni buenos, ni sabios, de que poseen estas cualidades; porque ninguno desea las cosas de que se cree provisto”.
La alegoría de la caverna- que sigue siendo motivo de reflexión y símbolo de múltiples situaciones en que se encuentra el ser humano- plantea el tema central de la filosofía platónica: existen dos realidades, el mundo material y el mundo de las Ideas, y un ca mino de conocimiento por recorrer para alcanzar la verdad.
2.La realidad de las Ideas
Si para Sócrates el conocimiento verdadero se hallaba en las ideas innatas, Platón considera, siguiendo a Parménides, que la verdad se caracteriza precisamente por ser (estar presente, existir). Este es su requisito ineludible: solo podemos decir que algo es verdad si efectivamente existe, si podemos probar su existencia.
Para poder sostener esta afirmación, Platón necesita demostrar la existencia de un mundo de Ideas, un tipo de realidad ideal, diferente al mundo natural y sensible. Hay que evitar considerar las Ideas platónicas como algo meramente mental, que reside en la cabeza. La Idea es, por el contrario, lo real por antonomasia. Nuestras ideas, las ideas que utilizamos constantemente en nuestro pensar, han de tener su fundamento en algo que existe fuera de nosotros y no solamente en nuestra razón: deben ser objetivas. De lo contrario, lo que pueda haber de verdadero en nuestras ideas será mera ficción, no tendría fundamento alguno.
Así pues, existen dos mundos: uno material y sensible, el que percibimos con nuestros sentidos, y otro ideal, formal, que solo podemos alcanzar a través de la razón. El mundo sensible está lleno de “ejemplos” que “se parecen” o “participan” del mundo de las Ideas, donde se halla el verdadero ser de las cosas. Mientras aquí hay una enorme multiplicidad de árboles, todos diferentes en su singularidad, el otro mundo contiene la Idea única de árbol, lo que hace ser árbol a cada uno de ellos, Idea que también está en nuestra mente y que nos permite reconocer los objetos, saber qué son cuando los vemos.
Platón deberá demostrar la existencia de este mundo de Ideas. Que las Ideas están en nuestra razón es evidente, pues son nuestros contenidos mentales; lo difícil será probar que también están fuera de ella, en algún lugar trascendente. La forma de probarlo no podrá ser otra que la racional, pues se trata de un mundo inteligible y, por tanto, imposible de percibir con los sentidos. En el intento de probar racionalmente su existencia, Platón nos da muchas pistas acerca de cómo funciona la razón humana y su íntima relación con el lenguaje.
Veamos algunas reflexiones:
*Si la palabra árbol la aplicamos a muchos seres particulares, pero no pertenece a ninguno en concreto, es porque existe, como tal Idea, fuera de los objetos.
*Si observamos que la naturaleza se reproduce según cierto orden y regularidad, es porque sigue un modelo prefijado, anterior, eterno, lo que el científico llamará las leyes de la naturaleza.
*Las ideas que aplicamos a las cosas son anteriores a la experiencia concreta- son a priori- y están fuera de nuestras mentes: observamos objetos bellos, personas bellas y paisajes bellos, y los reconocemos porque antes de verlos ya sabíamos qué es la belleza. En todos los casos su belleza se desgasta y envejece; por tanto, debe existir la belleza como referente ideal, anterior y exterior, que nos permite decir qué cosas son más o menos bellas.
*En el orden social, lo mismo se puede decir de la Idea de justicia. Si se admite- como los sofistas- que cada época y cada ciudad, cada persona, tiene una visión distinta de la justicia, el resultado es ciertamente injusto, pues lo que hoy es justo no lo será mañana. Es necesario- pensó Platón- que la justicia en sí exista como tal, aunque los humanos no la conozcamos enteramente. En la medida en que ejercitamos la racionalidad, nos vamos aproximando a ella, al ideal de justicia.
En fin, Platón supone que las Ideas existen fuera del mundo sensible y son anteriores a él, como una realidad objetiva que es la razón de ser de todas las cosas.
Con todo ello, podemos afirmar que las características de las Ideas son:
*Eternas: no han comenzado a existir ni dejarán de hacerlo.
*Inmutables: no cambian ni pueden cambiar.
*Únicas: solo hay una idea para cada tipo de realidad sensible.
*Inteligibles: se pueden pensar o conocer, pero no aprehender por los sentidos.
*Perfectas: no se les puede añadir nada nuevo que las haga mejores.
*Causa y modelos de lo sensible: de ellas participan las cosas sensibles y estas las imitan.
3.El mundo sensible
En uno de sus diálogos de vejez, Timeo, Platón se detuvo a reflexionar sobre el mundo sensible.
Lo sensible, aun no siendo perfecto, por encontrarse entre el ser y el no ser, goza de cierta realidad. El universo, compuesto inicialmente de una materia informe, era caótico hasta que fue transformado gracias a la acción de un ser denominado Demiurgo, que le transmitió la forma y la unidad del mundo inteligible, y lo convirtió en cosmos.
Todo parece apuntar a que este Demiurgo es una realidad intermedia entre el mundo sensible y el inteligible, un ser superior, artífice del mundo físico, que nos recuerda al Nous de Anaxágoras.
El Demiurgo confeccionó el mundo que nos rodea, pero no lo creó desde la nada, ya que la noción judeocristiana de Creación es completamente ajena a la mentalidad griega de la época, que suponía la eternidad de la materia. Este ser bueno e inteligente ordenó el universo tomando como modelo el mundo de las ideas. Así, el cosmos no tiene la perfección de las ideas, pero, de algún modo, refleja su bondad y su belleza.
En Timeo, Platón describió el universo material dividiéndolo en dos ámbitos: el celeste, inmutable y compuesto por un conjunto de esferas, y el terrestre, resultado de la mezcla de los cuatro elementos (aire, fuego, agua y tierra), cambiante según varía la combinación entre esos elementos.
4.La relación mundo sensible- mundo de las Ideas
Aunque los dos mundos son distintos, entre ellos existe una relación de participación (méthexis) e imitación (mímesis).
*El mundo sensible participa del mundo inteligible, de modo que las cosas son lo que son, tienen una esencia unitaria y permanente, porque participan de las Ideas. Para Platón, hay ideas de todo cuanto existe en el mundo sensible y cambiante. El hombre es hombre porque participa de la idea de hombre; lo mismo sucede con todas las demás realidades sensibles. Esta participación trasciende el ámbito material, de manera que, cuando las cosas participan de las ideas, estas permanecen inmutables e idénticas a sí mismas.
*El mundo material imita al mundo de las ideas, porque las cosas que percibimos con nuestros sentidos son copias de aquellas, menos perfectas, y sometidas al cambio y la pluralidad. Los seres materiales copian las ideas de manera semejante a como la sombra de un cuerpo copia imperfectamente ese cuerpo.
(AA. VV. Historia de la Filosofía. Editorial Casals. Barcelona 2016- C. Fernández Martorell y P. Montaner Lacalle. Historia de la Filosofía. Los filósofos y sus textos. Editorial Almadraba. Madrid. 2009)