Si interpelamos al pensamiento filosófico sobre la vejez, lo primero que nos llama la atención es el poco interés que este tema ha suscitado en la mayor parte de las mentes pensantes.
He encontrado tres actitudes diferentes en las diversas teorías: las que consideran la vejez como una lacra y una desgracia de la que no se puede salvar casi nada; las que aprecian en la vejez una oportunidad y la consideran una suerte; y las que denuncian la situación de devaluación de la vejez, pero no aportan una valoración positiva. Intentaré mostrar estas posiciones con algunos ejemplos.
Empezando con las posturas más pesimistas, voy a destacar a dos pensadores: Bobbio y Améry.
Las ideas de Norberto, Bobbio las he tomado del discurso que en su nombramiento como doctor honoris causa pronunció en Sassari en 1994. Por una parte, valora la experiencia y la sabiduría que se sigue de la vejez: “El viejo sabe por experiencia lo que los otros no saben aún, y necesitan aprender de él, sea en la esfera ética, sea en la de las costumbres, sea en las de las técnicas de supervivencia”. Con estas palabras pudiera parecer que tiene una visión positiva de la vejez, pero no es así.
De hecho, por otra parte, Bobbio nos induce a pensar que la vida del viejo está instalada en el pasado. Más que vivir el presente vive de la memoria: “El mundo de los viejos, de todos los viejos, es, de forma más o menos intensa, el mundo de la memoria. Se dice: al final eres lo que has pensado, amado, realizado. Yo añadiría: eres lo que recuerdas”. Es decir, que los viejos viven del pasado. Parece que nada nuevo e interesante puede ocurrir en el presente. Solo la memoria tiene valor. Nos transmite que no hay nada que esperar del momento actual. La vida solo tiene sentido en la memoria.
Y sigue diciendo: “La dimensión en la que vive el viejo es el pasado. El tiempo del futuro es demasiado breve para que se preocupe por los que sucederá”. Esta visión de la vejez no contempla las posibilidades de vivir nuevas experiencias. Se centra más en el final que en el tiempo que queda por vivir, y por eso me parece reduccionista, porque nos transmite la impresión de que la vejez nos paraliza sin posibilidad de esperar nada. “La vejez es la última fase de la vida, representada normalmente como la de la decadencia, la degeneración, la parábola descendente de un individuo, pero también, metafóricamente, de una civilización, un pueblo, una raza, una ciudad. En una visión cíclica es el momento en que cual acaba el ciclo”. En efecto, es la última fase pero no significa que tenga que ser decadente. Cabe preguntar por qué la última fase tiene que ser decadencia. Esta actitud no es nada racional, parece que se deja llevar por un sentimiento de impotencia. Rezuma melancolía y nostalgia. No deja ninguna posibilidad para la vida presente de la persona que envejece.
De igual forma, se centra en las incapacidades del viejo, y generaliza como si todos los viejos fueran iguales y tuvieran las mismas vivencias: “La lentitud del viejo, en cambio, es penosa para él y para la mirada ajena. Suscita más indulgencia que compasión. El viejo está destinado naturalmente a rezagarse mientras los demás avanzan”. Esta es, en resumen, la visión que tiene Bobbio de la vejez. Pone demasiado el acento en los aspectos negativos y destila decepción y desencanto. Lamenta la pérdida de las aptitudes perdidas, pero no contempla las posibilidades de las oportunidades nuevas.
En cuanto a Jean Améry, también tiene sobre la vejez una visión enormemente negativa. Apuesta por la versión que juzga la vejez como una enfermedad incurable. Ya en el prólogo de su libro Revuelta y resignación nos habla del “trágico infortunio del envejecimiento”. Mantiene una actitud existencialista, pesimista, que hace coincidir la juventud con el sentido de la existencia. Bastante afín a la visión de Bobbio que he comentado.
Améry pone el acento en el deterioro y la decrepitud: “El tiempo que percibimos al envejecer no es ya tan solo inaprensible, es también una masa de insensateces, amargo escarnio de cualquier precisión intelectual que se desee perseguir”. Se ha dejado llevar por el prejuicio de que la vejez es una foto fija de un ser deteriorado y acabado. Ignora las posibilidades de crecimiento de las personas a lo largo de toda la vida. También en la vejez.
Acude a Simone de Beauvoir, en su obra La fuerza de las cosas, para reforzar su negativa visión del envejecer. En efecto, esta pensadora feminista, que tanto aportó con su imprescindible obra El segundo sexo, en este texto se deja llevar por la actitud de considerar la vejez como deterior, y no como una etapa más de la vida, en la que podemos seguir creciendo, disfrutando y desarrollándonos en muchos sentidos. En esta obra leemos: “A menudo me detengo consternada ante esa cosa increíble que me sirve de rostro; detesto mi imagen: sobre los ojos el sombrero, debajo las ojeras, la cara demasiado llena; y ese aire de tristeza que proporcionan las arrugas en torno a la boca. Veo mi rostro de otros tiempos, sobre el que ha venido a posarse una viruela de la que no me curaré”. Este texto no es representativo del pensamiento de Beauvoir, que en otras obras no presenta tanta amargura y desesperanza.
Améry coincide con este texto e insiste en el prejuicio de considera la vejez como una lacra, como una enfermedad incurable. Pontifica sobre las características físicas adecuadas para vivir bien, que son las que coindicen con las de la juventud. Por supuesto que al envejecer cambiamos. Pero que el cambio signifique deterioro es un juicio de valor, influido por los mitos de la juventud como norma. Aunque perdemos algunas cualidades, no hay que olvidar que ganamos otras.
En vez de pelearse con las nuevas formas del cuerpo que envejece, sería bueno reconciliarse con ellas y crear nuevos estereotipos de personas mayores hermosas. Améry hablade repulsión y de vergüenza tanto ante su propio cuerpo como ante el cuerpo envejecido de otros. E incluso hace coincidir la identidad de las personas con la etapa de la juventud: “La mujer que envejece se convierte en anciana que ya no conserva de los días pasados ningún yo y que debe buscar en el álbum de fotografías el propio rostro de entonces”. ¿Es que el yo es una imagen de juventud? Habrá que pensar, entonces, que al envejecer dejamos de tener una identidad. No estoy de acuerdo. El yo se desarrolla al mismo tiempo que evoluciona la vida. El rostro actual refleja mi identidad tanto como el de antes. Y considerar que es repulsivo y que produce vergüenza forma parte de los efectos secundarios de la ideología patriarcal, que crea estereotipos influidos por la juventud como norma. Debemos crear nuevos estereotipos propios de una vejez valiosa, sin imitar el estereotipo joven ni sentir añoranza melancólica por él.
Siguiendo con el tópico social, considera la vejez como una enfermedad incurable, “porque en el fondo se trata de una enfermedad, de una enfermedad para la que, sin embargo, no puede esperarse cura”. Supongo que piensa eso porque considera que la salud es la juventud. Y lo único que no puede ser una persona vieja es joven.
Por desgracia se deja llevar del prejuicio sobre la vergüenza que representa la vejez, que describe como una serie de pérdidas, en las que incluye la del propio yo: “El individuo que envejece es, por el contrario, cada vez más partícipe de un yo desposeído del mundo. […] Percibe el cuerpo, del que se hace consciente ahora en calidad de yo, como una funda, como algo exterior que le viene impuesto, y al mismo tiempo como condición propiamente suya, a la que se ve reducida cada vez más y a la que dedica una atención creciente”. No se entiende por qué el cuerpo al envejecer se convierte en una funda ajena, que le viene de fuera. “El cuerpo que se marchita, peor aún, deviene la negación de nosotros mismos”. Así que, para este autor, el cuerpo solo es nuestro referente cuando somos jóvenes. Llegado este momento en el que la persona envejece, el cuerpo deja de ser parte de su identidad. De tal manera que, para este pensador, cuando envejecemos el cuerpo no es reconocido como propio por el yo, sino que es considerado como algo ajeno. Me parece que esta metafísica de la melancolía y la añoranza de la juventud como categoría de la identidad, no se sostiene racionalmente, y que responde a la ideología que mitifica la juventud y que construye una imagen devaluada de la vejez.
Paso ahora a analizar la obra de Simone de Beauvoir La vejez, que podemos considerar a mitad de camino entre las teorías que denigran la vejez y las que la consideran una situación valorable y positiva.
Esta autora, enormemente crítica con la sociedad patriarcal, fue muy incisiva y lúcida en el análisis del patriarcado respecto a la consideración de la mujer como pura “alteridad”, en El segundo sexo, libro que marcó un antes y un después en el pensamiento feminista y en la comprensión del problema de la cosificación de las mujeres. Pero en el análisis de la vejez, aunque por una parte fue muy crítica y lúcida, por otra no pudo separarse de la ideología dominante que denigra la situación de envejecer.
El problema de la vejez, según Beauvoir, es que nos sobreviene sin haber pensado que iba a ocurrir. Cuando hemos llegado a la edad adulta, vivimos sin darnos cuenta de que pasan los días, los meses y los años y que caminamos hacia la vejez. La vivencia de la vejez es considerada como un problema difícil de asumir porque, según ella, nosotras mismas no observamos el cambio y sin darnos cuenta nos convertimos en otras: “La vejez es especialmente difícil de asumir porque siempre la habíamos considerado como una especie extranjera: ¿entonces me he convertido en otra mientras sigo siendo yo misma?”.
Me parece interesante resaltar la idea de que nos convertimos en otras. Parece que la identidad cambia al llegar a viejas, como si por envejecer dejáramos de ser nosotras mismas; aparece el tema de la alteridad, no ya con respecto al hombre, sino con respecto a una misma. En nuestra experiencia interior, según Beauvoir, no se observa la transformación que los otros observan en mí; es por tanto por medio de la dialéctica con los otros como me percato de ese cambio. Siento mi vejez a través de la imagen de mi vejez que los otros me presentan. Los cambios hacia la vejez no los reconocemos como nuestros y nos rebelamos contra esa imagen, que no admitimos como nuestra identidad, porque sentimos que es una imagen devaluada socialmente. “La vejez es un más allá de mi vida del que no puedo tener ninguna experiencia interior plena. […] Tratamos de representarnos lo que somos a través de la visión que los otros tienen de nosotros”. Es una pena que no haya sido capaz de tener una aceptación de la vejez, sino que solo haya sentido un extrañamiento de ella. Que haya dado por supuesto que dejamos de ser nosotras mismas al envejecer. Este sentimiento rezuma amargura y dolor.
Por otra parte, es muy interesante la denuncia que hace de la consideración que del aspecto físico tiene la sociedad y de la discriminación que se produce por razón de sexo. Ella denuncia que “no se habla jamás de una hermosa anciana; en el mejor de los casos se la califica de “encantadora”. En cambio, se admira a ciertos “viejos hermosos”; [y esto es así porque] el varón no es una presa; no se le pide ni frescura, ni dulzura, ni gracia, sino la fuerza y la inteligencia del sujeto conquistador; el pelo blanco y las arrugas no contradicen este ideal viril. En efecto, es muy injusto que los hombres puedan tener una consideración social de su atractivo cuando envejecen y las mujeres no.
Es muy significativa la denominación de la mujer como “presa” a la que hay que cazar. Es decir, podemos pensar sin repugnancia en un anciano seductor pero no es una anciana seductora. Si alguna anciana quisiera seducir a un hombre toda la sociedad la recriminaría por ridícula y fuera de lugar, y ella se sentiría culpable y avergonzada. El anciano sigue siendo sujeto que puede ir en busca de una “presa”, pero la mujer vieja no puede ejercer esa acción porque no es considerada como un sujeto. De ahí la sensación de pérdida de identidad. El sentimiento de impotencia ante la discriminación sexual.
Siguiendo a Sartre, subraya la importancia de la genitalidad en la actividad sexual y llega a considerar que los viejos han sufrido una cierta mutilación: “Se puede concluir de inmediato que un individuo cuyas funciones genitales han disminuido o desaparecido no es por asexuado. Es un individuo sexuado que debe realizar su sexualidad a pesar de cierta mutilación”. Estoy de acuerdo en que el individuo es sexuado de por vida, pero no creo que exista mutilación alguna, ni una sexualidad determinada y fija: homosexualidad o heterosexualidad, sino que creo que hay diferentes formas de expresar la actividad sexual y diferentes deseos y necesidades.
Este es uno de los tabúes más difíciles de superar, no solo en la sociedad de Beauvoir sino en la actual, porque hay toda una carga cultural que manifiesta que la sexualidad se produce entre los jóvenes y que la genitalidad debe ser un componente imprescindible, lo que produce una verdadera repugnancia hacia la actividad sexual de los viejos y de forma muy especial de las viejas.
De Beauvoir sigue preocupada por el tema de la identidad cuando dice que “interrogarse sobre la sexualidad de los viejos es preguntarse en qué se convierte la relación del hombre consigo mismo, con los demás, con el mundo, cuando ha desaparecido en la organización sexual el primado de la genitalidad. Sería absurdo suponer que hay una simple regresión hacia la sexualidad infantil”. Estoy en total acuerdo con ella: la sexualidad no genital no tiene por qué entenderse como regresar a la etapa infantil, ni tiene por qué ser menos satisfactoria, ni menos sustantiva que cualquier otra etapa de la vida sexual. Dar tanta importancia a la genitalidad supone una limitación a la hora de vivir la sexualidad en la vejez.
Los problemas no vienen de la evolución sexual que se experimenta con los años, sino de los prejuicios y los estereotipos sociales que, por un lado, imponen la genitalidad como expresión “normal” de la sexualidad y, por otro, penalizan y ridiculizan las relaciones sexuales en la vejez. En especial en las ancianas. Ella insiste en la situación discriminatoria de la mujer vieja respecto del hombre viejo y en la ironía de que el viejo biológicamente está en desventaja: “Dada la diferencia de su destino biológico y de su situación social, el caso de los hombres es distinto del de las mujeres. Biológicamente los hombres están en desventaja; socialmente, la condición de objeto erótico desfavorece a las mujeres”. Es una paradoja que la misma sociedad patriarcal que valora la potencia sexual como genitalidad sea la que discrimina a la mujer vieja, que, sin embargo, conserva todo el potencial sexual en la vejez. La clave está en la consideración de las mujeres como objeto erótico; si las mujeres fueran consideradas sujetos ese problema sería impensable.
De forma muy lúcida Beauvoir culpa a la sociedad de la situación de miedo, ansiedad, aburrimiento y tristeza en que se encuentran las personas que envejecen. “La sociedad de hoy-dice-les da a los ancianos tiempo libre quitándoles los medios materiales de utilizarlo”. Al no poder realizar una actividad en la vida social, se sienten fuera de lugar. Esa marginación social de las personas viejas, que ella denuncia, sigue estando vigente en la sociedad actual. Y, como ella dice, “si la existencia no trasciende hacia algún fin, si recae inerte sobre sí misma, provoca esa “náusea” que Sartre ha descrito”. Por eso es tan necesario que siempre tengamos un proyecto vital. El aburrimiento, la sensación de inutilidad provoca un tremendo sentimiento de fracaso, de impotencia y de injusticia. “La tristeza de las personas de edad no es provocada por un acontecimiento o por circunstancias singulares; se confunde con el tedio que los corroe, con el amargo y humillante sentimiento de inutilidad, de su soledad en el seno de un mundo que únicamente siente indiferencia por ellos”. Es muy pertinente esta denuncia de la sociedad que invisibiliza y discrimina a las personas que envejecen. Me parece muy valiosa esta crítica; es una pena que no fuera un paso más allá y que se atreviera a defender que esa situación de inutilidad y de tristeza no es inevitable. Ser mayor no tiene por qué significar dejar de vivir. Las personas viejas pueden mantener sus proyectos, sus intereses, sus aficiones, etc. Y hay que luchar para que así sea.
Sin embargo, los prejuicios y la falta de interés social por integrar a las personas de edad pueden convertir la vejez en una catástrofe que Simone de Beauvoir describe estupendamente: “La catástrofe que les ha caído encima es haber pasado brutalmente del estado de adulto responsable al de objeto dependiente”. No obstante, por cumplir años no se deja de ser un sujeto responsable y capaz, aunque la sociedad actúe como si fuera así, y eso es profundamente injusto.
Beauvoir nos recuerda muy sabiamente: “Para que la vejez no sea una parodia ridícula de nuestra existencia anterior no hay más que una solución, y es seguir persiguiendo fines que den un sentido a nuestra vida: dedicación a individuos, colectividades, causas, trabajo social o político, intelectual, creador. Contrariamente a lo que aconsejan los moralistas, lo deseable es conservar a una edad avanzada pasiones lo bastante fuertes como para que nos eviten volvernos sobre nosotros mismos. La vida conserva valor mientras se acuerda valor a la de los otros a través del amor, la amistad, la indignación, la compasión. Entonces sigue habiendo razones de obrar y hablar”. Es muy interesante esta idea de Beauvoir de que la vida tiene sentido en la trascendencia, es decir, en tener proyectos y fines más allá de una misma. Si no tenemos proyectos que nos trasciendan permanecemos en la inmanencia. Dejamos de ser sujetos. También valoro muy positivamente la idea de que en la vejez hay que conservar las pasiones.
Por todo esto que venimos comentando, me parece de mucho valor la sentencia que aparece al final de su libro: “La sociedad solo se preocupa del individuo en la medida en que produce. […] Cuando se ha comprendido lo que es la condición de los viejos no es posible conformarse con reclamar una política de la vejez más generosa, un aumento de las pensiones, alojamientos sanos, ocios garantizados. Todo el sistema es el que está en juego y la reivindicación no puede sino ser radical: cambiar la vida”. Este es el reto que tenemos que conseguir, un cambio generalizado en la vida. En la sociedad capitalista solo se valora el rendimiento económico. Ya es hora de exigir un cambio en la sociedad, y en la ideología. Un cambio para superar prejuicios edadistas, racistas y clasistas. Una nueva forma de vivir. Es necesaria una revolución total del significado de la vejez.
Para terminar este apartado, vamos a ver dos posturas positivas respecto de envejecer. En primer lugar, he recurrido a Cicerón, que tiene una visión bastante optimista de la vejez. En su libro De senectute, podemos leer que la ancianidad está en relación con las posibilidades económicas de la persona, pero no solo la vejez, pues cualquier edad se complica sin recursos: “Desde luego, para quienes carecen de recursos propios para vivir bien y felizmente, todas las edades son pesadas. Por el contrario, a quienes buscan en sí mismos todos los bienes no puede parecerles malo nada que la necesidad de la naturaleza conlleve”. Esta visión de la vejez como algo natural, y, por tanto, valioso me parece digna de encomio. Lo que hace buena la vida no es tanto la edad que se tenga sino las condiciones de que disfrutemos. La necesidad y la pobreza son malas a cualquier edad.
Respecto a los ancianos que se quejan de su vida, nos dice que, “más bien, en todo este tipo de quejas, la culpa no está en la edad, sino en las costumbres. Pues los ancianos moderados, no exigentes y de buen carácter, pasan una vejez tolerable”. Es interesante que ya Cicerón pone el acento en las costumbres como culpables de los males de la vejez.
Cicerón recurre a diversos ejemplos de personajes que tuvieron una vida larga y llena de actividad, “tal como hemos aprendido de Platón, que murió escribiendo a los 81 años, y también de Isócrates, que dice que escribió aquel libro titulado Panatenaico a los 94 y que vivió cinco más. El maestro de este, el leontino Gorgias, cumplió 107 años y nunca cesó en sus estudios y trabajos. Este, al preguntarle aquel por qué quería estar tanto tiempo en esta vida, dijo: “No tengo nada de qué acusar a la vejez”. Excelente respuesta, digna de un hombre sabio. Por lo que parece, Cicerón piensa que una vida dedicada al pensamiento y a la creación garantiza una vejez larga y saludable. Sin duda, el mundo de la creación y del intelecto produce más garantías de una vejez placentera.
Por último, nos da unos buenos consejos para envejecer bien. “Es preciso llevar un control de la salud, hay que practicar ejercicios moderados, hay que tomar la cantidad de comida y bebida conveniente para reponer fuerzas, no para ahogarlas. Y no solo hay que ayudar al cuerpo, sino mucho más a la mente y al espíritu”. Consejos muy oportunos que todavía hoy siguen vigentes.
Y, en segundo lugar, me referiré a Martha Nussbaum. Esta pensadora contemporánea tiene una visión muy positiva y realista. “La vejez es experimentar, adquirir sabiduría, amar, perder, y estar más cómodos en la propia piel, por mucho que se torne ajada”. Vemos que considera la vejez como una etapa compleja e interesante. Alude a la poca atención que este tema ha tenido en la filosofía y a la actitud poco favorable por parte de la sociedad. “Quizá porque la gente es reacia a considerar la vejez como una oportunidad, pocos trabajos reflexivos abordan los misterios propios de esta etapa de la vida”. Pienso lo mismo. No se ha desarrollado una teoría de validación de la vejez.
Un tema fundamental a la hora de entender el problema de la vejez es el de la generalización que se produce en la consideración social de las personas viejas. Nussbaum aborda el asunto de la generalización que subsume a tolas las individualidades en un genérico que, si bien tiene un cierto sentido en las ciencias y en la filosofía, sin embargo, hay que subrayar que hay una generalización negativa, que dificulta la verdad y que constituye un verdadero obstáculo para el progreso del conocimiento. Las generalizaciones se suelen alimentar de prejuicios, estereotipos y mitos que deforman la realidad. Y esto es lo que pasa con las generalizaciones respecto a la vejez en general y a las viejas en particular. La generalización es una forma de deformar la realidad: “Sabemos que algunas formas de generalización oscurecen la realidad e impiden el progreso. Estereotipar a las mujeres, a las minorías raciales, a los musulmanes, a los judíos y a otros grupos sociales desfavorecidos ha sido la forma habitual de mantenerlos subordinados”. En definitiva: la categorización de un grupo entero por algunos rasgos encontrados en algún individuo, siempre con la intención de marginar y minusvalorar a ese grupo.
Y eso ha pasado también con la vejez, como afirma Nussbaum: “La vejez es, obviamente, un tema en el que la generalización está plagada de peligros”. Peligros que conducen a una visión devaluada de esta etapa vital. Como venimos diciendo, los estereotipos basados en las generalizaciones y en los tópicos falsos han creado un rechazo hacia la vejez que dificulta la posibilidad de transitar por este momento de la vida sin temor. Como dice Nussbaum: “La vejez está sometida a un estigma social generalizado y virtualmente universal. El relato social vinculado a la vejez está lastrado de estereotipos, la mayoría de los cuales denigran a las personas mayores atribuyéndoles fealdad, incompetencia e inutilidad. Estos estereotipos se apoderan de los propios ancianos, distorsionando su autopercepción y su autoevaluación”. Creo que este texto es enormemente esclarecedor porque explica la dificultad que tienen las personas mayores para considerarse valiosas. Los estereotipos y las generalizaciones producen una visión distorsionada de la realidad y las personas viejas son víctimas de esa distorsión.
Nussbaum hace una llamada de atención a las mujeres que han luchado contra los estereotipos y prejuicios del patriarcado para que se pongan las pilas con el estigma de la vejez, puesto que todas las personas que no mueran prematuramente van a pasar por este estado. “Por lo tanto, conviene hacer una pausa y reflexionar sobre lo que sabemos acerca del estigma asociado al cuerpo envejecido, sus orígenes, su relación y su diferencia con otros tipos de estigmas, y qué es lo que en la actualidad sabemos respecto a sus poderosos efectos”. Estoy de acuerdo en que esa es una gran tarea que debemos abordar, y tenemos que implicar tanto a la filosofía como al feminismo.
La fuerza y eficacia de la ideología patriarcal y capitalista, que valora a las personas por su capacidad de contribuir a la producción es tan grande que ha conseguido introducir estos prejuicios en las mentes de las personas incluso cuando ellas lo ignoran, es decir, en un nivel subconsciente. Es terrible la manipulación de las mentes que consigue atrapar a las personas viejas y dejarlas inermes ante los prejuicios.
Estos prejuicios están fundamentados en falsas creencias, pero muy poderosas, como que los viejos tienen menos capacidades intelectuales, físicas, emocionales, etc., que se producen a través de la generalización y de los implícitos: si un viejo olvida algo es por ser viejo, si lo hace un joven es algo normal, etc. Estas creencias van minando la autoestima de las personas viejas hasta hacerlas sentirse totalmente devaluadas. A estos estereotipos hay que añadir el femenino positivo, que es el de la abuela perfecta, que probablemente connota una conducta servil, nada que tenga que ver con la excelencia profesional o con ideas innovadoras, o con proyectos interesantes.
Nussbaum hace una llamada a la lucha contra este estigma: “El estigma asociado al cuerpo envejecido es real, y tiene efectos reales y nocivos, por mucho que las sociedades modernas intenten racionalizarlo como natural. Este tipo de naturalización de la desigualdad es muy conocido históricamente: fue el movimiento contra el feudalismo, el movimiento por la justicia racial, el movimiento por la igualdad de las mujeres, el movimiento por la igualdad lésbica, gay y transgénero, el movimiento por los derechos de los discapacitados. La edad es la nueva frontera, y todos debemos unirnos para oponernos a este tipo de discriminación inmoral”. Como nos propone Nussbaum, debemos luchar contra este estigma de la vejez como una lacra y desvelar los prejuicios y generalizaciones.
Respecto a la sexualidad, nos dice que “la filosofía guarda un silencio casi absoluto sobre la cuestión del amor erótico en una mujer mayor (incluso Beauvoir ignora el tema). En líneas generales, ninguno de los filósofos que conozco ha elaborado nunca una relación decente de las complejidades del amor maduro en cualquier tipo de pareja”. Esta ausencia de reflexión por parte de la filosofía no es casual. El tema del amor y la sexualidad ha sido tratado desde Platón hasta Foucault como un sentimiento que compete a personas jóvenes, o a hombre viejos y mujeres jóvenes, pero nunca a mujeres viejas.
Nussbaum concluye que “un buen conjunto de políticas debe reconocer la variedad y heterogeneidad en la vida de las personas mayores. […] Un buen conjunto de políticas debe combatir los estereotipos nocivos y no caer en la trampa de subestimar las capacidades de los ancianos”. La ciudadanía debe ponerse manos a la obra para exigir que la política atienda a estas reivindicaciones. Y el feminismo debe sentirse interpelado al respecto.
(Esplendorosas y, sin embargo, viejas. Una mirada feminista a la vejez. Ana Hardisson Rumeu. Editorial Círculo Rojo. 2022.)